jueves, 9 de octubre de 2014

UN EDUCADOR...

Un educador es un optimista. Es aquel que encuentra solución a todo, la construye con el otro, aún en la mayor adversidad, y acepta que no tiene todas las respuestas pero puede hacer las preguntas correctas. Es el que ve en cada situación una oportunidad y en cada persona la esencia que lo hace único y auténtico, y lo potencia, se lo muestra, le da la confianza que cree haber perdido, le ayuda a focalizar sus energías, lo guía.
Un educador está en cada detalle, escucha, percibe, siente las notas que componen la música de la vida, las transita, las aprende, enseña todo de sí, se fructifica en los demás.
Un educador, un verdadero, apasionado y sensible educador es un enamorado que se entrega pleno y sin miedos al qué dirán, vivo, sin temor al sufrimiento que es su amigo momentáneo, su maestro, se arroja a la felicidad de la experiencia, del conocimiento, de lo desconocido, de lo nuevo. Hace que nada en su vida y en la de los demás sea monótono, encuentra siempre la manera de llegar al corazón y desnudarlo sin romperlo. Lo desarma, le ajusta las piezas que están gastadas, las fortalece, las cuida y las renueva.
Un educador es un sembrador que siembra hasta en una piedra, persevera y permanece paciente y produciente, sabiendo que quizá no vea nunca el fruto de su esfuerzo, pero tal vez despierte la curiosidad en otros. Es utópico y pragmático al mismo tiempo. Es realista. Puede ver donde otros se ciegan, comprende que hasta para lo imposible existe un método para llevarlo a cabo, y que ese llevar a cabo es con los demás.
Un educador es la gota que filtra la roca, un pájaro que rompe con su jaula y enseña a otros a volar, se entrena, se educa también a sí mismo, se instruye, se modifica a sí mismo para entender a los demás y conocerse, es el capitán tenaz, guerrero y protector de un barco que navega la tempestad de lo incierto pero que intenta siempre abordar a buenos puertos, es un sembrador de esperanzas, es una lente que nos muestra el mundo con ojos tiernos, puros e inocentes de niño. Pule y da brillo al metal como un herrero y da temple hasta una espada de madera.
Un educador comprende que nada es definitivo, ni lo bueno ni lo malo, ni lo gris, comprende la relatividad, acepta las diferencias, junta y reúne pero no aúna; es el director de un coro en el que hace que cada voz muestre su color y eleve el espíritu. Un educador pone sofisticadas bombas que no matan, que sólo tocan las estructuras que nos limitan.
Un educador puede pensar, sentir y percibir como otro, pero no hacerlo por ese otro; es el cerrajero de miles de puertas, nos entrega las llaves y nos motiva a que descubramos que hay del otro lado. Sabe que nada está perdido porque es un explorador incansable, y porque nada le falta, ni llena vacíos, tan sólo nos quita las capas como un cebolla, ablanda las durezas, lima las asperezas, y nos demuestra que ya sabíamos lo que nos enseñaba, y que no forja de él una necesidad o una dependencia, nos hace ver también que somos autodidactas y educadores.
Un educador es un restaurador que renueva la vida de las cosas y de las personas, de las experiencias, las re significa para que veamos que el verdadero valor de las cosas no reside en el material sino en cómo y para qué lo usamos, y cuál es el sentido que le otorgamos y que ocupa en nuestro camino. Tiene una profesión inacabable porque es un ser creativo, un artista, un cineasta que hace que todos sean protagonistas de sus películas. Es conductor y acompañante en todos los caminos. Tiene la palabra justa, el silencio exacto y el abrazo sentido.
Un educador es un transformador, un eléctrico que trabaja con energías, y que descubrió que existe una forma humana de generar cambios de forma perpetua, fuente inagotable de sensaciones, que es la constancia, el trabajo, la persistencia, el valor, el ímpetu, la iniciativa, el ejemplo, el compañerismo, el desinterés, y el interés noble, que a veces suelen parecer ajenos y no renovables, pero al acercarnos para que probemos, nos contagia más que cualquier virus o enfermedad, y nos incursiona en el camino del aprendizaje, del que no hay vuelta atrás, y es su única adicción.
Un educador es un político que dice que no lo necesitamos, que no lo votemos, que no hay nadie que nos represente mejor que nosotros mismos, que nos conecta con nosotros pero con los demás, y su plataforma política es la felicidad y la libertad. No necesita de cuatro años para renovar su mandato porque no manda, obedece y se renueva constantemente.
Un educador es un sacerdote sin iglesia, un rabino sin sinagoga y un musulmán sin mezquita, porque nos enseña que nosotros construimos nuestra religión a través de nuestros actos, y que tenemos que tener más fe en nosotros y en los demás, sin prejuicios ni malas intenciones, y que en definitiva todos hablamos de lo mismo, lo vivimos distinto y somos en el fondo bastante parecidos aunque no iguales, y no hay nada negativo en eso.
Un educador es esa voz en la radio que habla a los demás, para recordárselo a sí mismo, y para que haya otros también que se lo recuerden cuando crea que está alejado de la profesión que más satisfacciones puede a uno darle la vida, que es ser solo un ejemplo más, ni tampoco menos, y que es ser un educador por vocación, y que no hay dinero en el mundo que pague o lo compre, porque su profesión es un constante cheque en blanco.
Un educador hace fácil lo difícil, simple lo complejo, posible lo que parece inalcanzable; es un banco que solo atesora las más valiosas experiencias por vivir, y por las que está dispuesto a morir, de alegría. Sabe también esperar, y transitar la tristeza, porque ve todo como una continuidad, y hace que los inseparables parezcan uno solo y sigan siendo cada uno.
Un educador es un escritor de novelas fantásticas que se sirve de la imaginación para desafiar los obstáculos de la realidad. Es además un lector empedernido que descifra hasta el más intrincado jeroglífico.
Un educador es un reloj que nos despierta de los sueños y nos invita todos los días a que lo hagamos realidad.
Un educador es un luchador que no golpea pero nunca se rinde, su mayor arma es un herramienta y se defiende con su voz, su acción y su ejemplo, y el poder reside en sus convicciones; pelea contra la ignorancia, estudia a sus adversarios los “no puedo”, a los aliados del “no se” y del desgano, y los convierte a las filas de la educación para volverse invencible, pues cuando un educador muere, vive en los demás, y su espíritu resuena a pesar del bullicio.
Un educador es un militar que sabe no morir con las botas puestas si siente que las que le ofrecen pueden hacerlo crecer y ayudar así a los demás.
Un educador es una botella en el mar, una historia por desentrañar que flota entre otras botellas, esperando que su mensaje prenda en algún otro algún día; destapa el habla del oprimido, reanima al cansado, fortalece y refresca al sediento, y da valor al caminante.
Un educador cree que todos los demás son importantes e indispensables, y piensa siempre que todo se ha hecho de la mejor manera pero siempre también se puede mejorar.
Un educador es un hincha que da aliento a su equipo así llueva, nieve o truene y su equipo no esté haciendo el mejor partido, deja su garganta en cada jugada y la pasión en todos los encuentros.

Un educador es el mejor aprendiz. 


viernes, 19 de septiembre de 2014

QUERIDA MAYDA

Querida Mayda:

Tras este largo silencio, y toda esta distancia circunstancial que nos separa, tras las llamadas que no continué haciendo tras tu partida, por respeto hacia ti y a tu decisión, y dada mi posición, he decidido escribirte sin más para decirte que te amo, ¡que eres la mujer de mi vida!, que desde que te conocí nunca quise aceptarlo por miedo a entregarme a ese abismo de no saber, y estúpidamente hoy no sé qué hubiera sido. Nunca he amado a nadie como a ti. Profundamente. En silencio. A escondidas. Aún hoy estás en mis sueños, está tu sonrisa y tus ojos, y esa chispa en tu mirada, y tu piel trigueña hermosa, y los tatuajes de tu cuerpo que antes me hubieran guiado, y que ahora danzan lejos; tu voz, y tu risa, tus manos, tus besos suspendidos, la alegría de verte, de sentirte y de percibirnos.
Maldigo toda la mentira de todos estos años de no haber querido verte única e increíble como lo eres, por idiota, por no saberte valorar como hubiera debido, como lo mereces. Todos mis recuerdos terminan en ti, o eres el comienzo de ellos, eres mi comienzo. Nunca nadie me ha hecho vibrar como tú, y todo esto vuelve a mí en los malos y en los buenos momentos, y detesto no haberlos podido compartirlos contigo. Acéptame, por favor. Acéptame nuevamente en tu vida. Amémonos. Quiero vivir mi vida junto a ti. Te extraño. Quisiera que me abraces. Que nos abracemos fuerte. Que nos unamos. Eres el destino de mi rumbo. Mi brújula apunta hacia ti. Y al no saber cómo hacer para decirte todo esto antes, y pedirte mi más sincera disculpa si te he hecho sufrir, te pido ahora que por lo menos me contestes esta carta, aunque sea para decirme que no tienes más ganas de saber de mí. Sé que la dirección de la casa a la cuál escribo es de tu hermano, pero sé también que recibes correspondencia en ella. Sea lo que sea que tengas para decirme te comprenderé. Pronto podré tener conmigo el pasaje para ir a tu encuentro e ir hasta allí a buscarte mas si tu respuesta es si entonces estaré a la hora y en el lugar que me indiques para encontrarnos.
Mi vida tiene sentido, pero cuando tu alma está junto a la mía, refulge aún más. Podría pasar horas contemplándote, escuchándote: te admiro. Añoro con conocerte de nuevo, y susurrarte al oído todo lo que guarda mi corazón. Todo este tiempo imaginé de diez mil formas distintas nuestro reencuentro. Pienso en aquella noche, en la última comida que disfrutamos juntos, en las frutillas con chocolate, canela y pimienta. Pienso en ese cartel de “La voracidad” pegado en la puerta de entrada a tu cuarto y pienso en todo lo demás. Pienso en ti. Y aunque me digas que no, que ya no es momento de correspondernos en el sentimiento, intacto hasta el día en que muera quedará mi corazón reservado para ti, soñando con llegar a tus brazos.

                                                                                 Nicanor.



miércoles, 17 de septiembre de 2014

10 SEGUNDOS

Un atleta de velocidad de cien metros llanos tiene un promedio de vida profesional de quince años. El atleta de velocidad se prepara, trabaja, se piensa y quiere sentirse, y quiere ser el más rápido del mundo, es decir, ser la persona que logre recorrer en el menor tiempo posible esos cien metros. Normalmente una carrera de esta índole no dura más de diez segundos. De hecho, los records mundiales están por debajo de esta marca.

El entrenamiento es arduo, muy duro. Casi siempre ocupa alrededor de unas cuatro a seis horas diarias, sin interrupción, luego de su trabajo cotidiano o de atender su estudio. Combina generalmente sus prácticas con gimnasio. Compite en cuanto torneo pueda presentarse. Se prueba a sí mismo, todo el tiempo. Se supera con cada milésima de segundo que logra bajar del cronómetro. Se indigna con cada centésima que sube, aprieta los dientes y cierra los puños. Llora. Se ríe. Aprende. Sale de los tacos de partida como un rayo, y atraviesa con el pecho la meta cómo una máquina demoledora podría atravesar fácilmente una pared de ladrillos. Su vida está ahí, en ese instante, en cada instante, en ese momento exacto, en cada respiración, en cada latido del corazón que lo acerca más al triunfo o al fracaso. Entrena durante horas para aprovechar al máximo esos segundos. Su vida se divide de diez en diez. En el momento de la competencia incluso, es frecuente que piense que esos diez segundos son sus diez últimos segundos de vida, de esa fugaz vida de corredor de velocidad en cien metros llanos. Quizá con suerte si estudia y se dedica pueda ser luego buen profesor de otro corredor cuando ya no esté en actividad, pero antes que suene el disparo y su cuerpo reaccione, no puede pensar en otra cosa que correr y rápido. Nunca mira hacia atrás. No puede volver a atrás. Percibe a los otros corredores, pero su mirada está puesta en un punto más allá de la llegada. Se concentra. Suda. Piensa en algo que lo motiva, se da ánimos, intenta que los malos nervios y debilidades se alejen. Agita sus piernas y sus brazos. Intenta relajarse para disfrutar al máximo ese espacio. Mira a su entrenador, a sus compañeros y a su familia a lo lejos, pero nunca puede escuchar lo que le gritan para alentarlo. Cuando está corriendo su estado de concentración puede ser tan elevado, que mientras lo hace, no percibe otros sonidos que el de su corazón y su respiración. Recuerda todos los momentos de su vida en menos de una milésima de segundo, mientras que en la otra milésima sigue allí a punto de colocarse en su andarivel, presto a tomar su posición en el taco de partida a la señal del juez. “¡A su marcas!”, y la adrenalina lo desborda. “¡Listos!”, y la tensión en cada milímetro de sus músculos y su postura es determinante. “¡Bang!”, y ya no hay tiempo para pensar que en menos de lo que se puede tardar en leer esta frase ya todo haya terminado. Miles de horas de entrenamiento simplemente para eso: dedicarse y ser el atleta profesional más rápido del mundo por menos de diez segundos. Infinitas veces sufre la derrota, cae, se deprime, se lesiona, pero tantas otras veces más se vence a sí mismo, se levanta, se recupera. A diferencia de lo que se cree, un atleta compite más contra sí mismo que con los otros corredores, con los que solo transcurre un instante. De hecho, su más grande adversario es él mismo, y el tirano segundero que corre para todos por igual. No corre por el oro, corre para sentirse vivo. Corre para probarse a sí mismo que puede; que puede honrar cada segundo que le fue concedido con intensidad. Corta el viento. Es hijo del viento. Vuela bajo para sentirse en lo más alto. Cada paso es un obstáculo más que queda tras de sí, y que acorta el camino para llegar a su felicidad, que es poder comenzar de nuevo la siguiente carrera.


viernes, 12 de septiembre de 2014

REFLEXION PERSONAL

Time is not money. Time is life. El tiempo es vida. Yo quiero actuar. Quiero ser actor. Actor de la película de mi vida. ¿Vos también querés ser actor de tu propia película?


lunes, 1 de septiembre de 2014

DIÉGESIS DE LUNES

Para poder revelarte antes los demás debes revelarte ante ti mismo. Quitar de ti todo prejuicio, toda mirada inquisidora del mundo y de ti, liberar tu mente de ataduras, de capturas que profanan la buena energía, retornar al camino de tu esencia siempre. Y entregar tu cuerpo y alma a tu labor. Para que te crean, debes creer en ti. Tomar la iniciativa. Ser el piloto de tu barco, dirigiendo tu embarcación a buenos puertos. A tu objetivo. Tu pasión. Y entregarte a la pasión de sentir cada instante cómo único, de manera de ser una antena que irradia energía. Y que puede percibir a los demás como un todo, y como cada uno. La mirada es, sin duda alguna, un punto de contacto con el universo del otro y con el propio. Con otros mundos, con otras miradas. Puede uno verse y no reflejarse. O verse y verse reflejado. La empatía es más cómoda. Hay que saber recibir la no empatía o elegir no hacerlo. Desarrolla tu vida y busca las herramientas que te permitan avanzar hacia tu plenitud. No te olvides de ser niño. Ni de soñar y de intentar todos los días eso a lo que no te atreves. Presta especial atención a tu intuición, trabaja duro, acuéstate pensando en las cosas que todavía no hiciste y en cuánto te falta aprender, en cómo ayudarse, y ayudar a los demás. Deseá el bien. Sé intenso y nada pasará desapercibido en tu vida. No te rindas. Pensá siempre en todas las alternativas, y los obstáculos serán entonces solo entretenimiento. No te pares. Continuá equivocándote pero siempre en algo distinto. No repitas. Informate. Experimentá. Hablá por tu propia experiencia, y no habrá más que el límite de tu imaginación. Probalo. Cambialo. Escribí tu propia historia. Se actor de profesión. Sé también actor en tu propia vida. Motiva a otros a que hagan lo que disfrutan hacer. Sé paciente. Deseá con ímpetu. Actuá con decisión. No esperés o delegues en los demás lo que vos mismo podés realizar ahora, y que puede cambiarte por el resto de tu vida. No te quejés. Pensá que las posibilidades son infinitas, y que quizá te falte algo por hacer. Nadie te representará nunca mejor que vos mismo. Se genuino, creativo, innovador, se vos mismo. Y nunca esperes o hagas las cosas esperando reciprocidad. Entonces tal vez algo imperceptible cambie a tu  alrededor.




viernes, 29 de agosto de 2014

UN PEZ EN LA TIERRA

Necesito del mar. Busco el mar. Y el mar me busca a mí. Una vez al año. Por lo menos. Necesito tocar la arena, sentir el agua, y volver a mí. A mi lugar, a recargar el cuerpo con la energía y el caos de las olas. A respetarlas, para que me respeten. Bucearlas. Sentir la fuerza del agua y del mundo moviéndose. Dejarme dominar y arrastrar a dónde me quiera llevar; dominarlo. Disfrutarlo. Dejar que cada partícula de agua me atraviese. Mirar y contemplar la inmensidad del mar, y la pequeñez de mi humanidad. Y recordar todos los días que no soy más que eso. Que no soy más que un punto en el espacio, una subjetividad de la materia, una célula, flotando en el mar, con el mar. Nadar algunos kilómetros y dejar de ver todo punto de referencia. Escuchar al mundo, y a la naturaleza, la que tanto susurra y no escuchamos en el bullicio de la ciudad, y en el engaño de la cabeza. Escuchar el silencio, mi respiración, el movimiento, el latido del corazón. Cerrar los ojos. Acostarme y mirar el cielo. Jugar con las formas, y la imaginación. Y pensar en nada. Y pensar en todo. Cantar. Gritar lleno de vida hasta erizar cada centímetro del cuerpo. Y bailar el ciclo de las olas como una canción y volver a ser esa nota del pentagrama que desea ser tocada para quedar suspendida en el viento. Sumergirme a lo profundo y salir casi con la última bocanada de aire lentamente. Volver a la costa y extrañar de nuevo el mar. Abrazar la arena, el agua y el viento. Sentir mi cuerpo cansado. El sol en la piel. La sal en los labios. Ser un pez fuera del agua. Fuera de esa agua persistente. Esa agua que no entiende de contenciones. Que todo lo abarca. Que filtra a través de las rocas, las penetras, las parte, las moldea, las hace minúsculos granos, las desgasta a lo largo de cientos de miles y millones de años. Avanza. Nunca se detiene. Si se estanca se pudre, pero así y todo permite la vida. Produce vida. Arrasa con todo. Toma diferentes formas, pero siempre está ahí: en todos lados. Divide la tierra. Pero permite puentes. Baja de las montañas y llora en sí misma. Se recicla. Se nutre. Se limpia. Sube, busca su lugar. Estalla contra las escolleras. Se rompe en mil pedazos y vuelve con más fuerza. Llueve. Se alimenta de sí. Es un elemento en sí mismo. Sencillo. Transparente. Y cómo todo lo bueno e incondicional, nunca será tan importante cómo cuando no esté, o esté tan contaminado que deje ser lo que es. Somos agua. Casi todo y hasta nuestro cuerpo está formado por ella. Y cuando se siente lejos de sí misma, nos pide que la bebamos a gritos. La lloramos. La derrochamos. La utilizamos. La filtramos. La nadamos. La buscamos. El agua busca reencontrarse con el agua. Es confidente. Es testigo de los besos más dulces, de los abrazos más sentidos, de las esperas más largas, del frío y del calor, de largas caminatas, de conversaciones, de naufragios, de viajes, de historias, de secretos, de amores, de guerras, de todos los momentos de la vida, de los más sublimes, de los más duros, de los más hermosos. Sueño con el mar y más quiero ser agua. Un pez en la tierra es un ave en el mar. Las hojas son del viento, mi cuerpo, del mar...







sábado, 16 de agosto de 2014

EL DILEMA DE LA LIBERTAD

Corría y corría. No paraba de correr. Sudaba. Frío. Y caliente a la vez. No miraba para atrás pero sentía la respiración de los perros que lo venían persiguiendo. Y de las botas, y de los palos y los metales que venían barriendo con todo a su paso para alcanzarlo. Veinte semanas esperando lo que no podía esperar más. Veinte semanas y un poco más también. Porque antes de escapar del penal de máxima seguridad tuvo que sortear muchos obstáculos. Tuvo que correr entre el escaso follaje, tuvo que cruzar terreno pantanoso, un afluente, una caño de desagües cloacales, un pasaje cavado en tierras desmoronables, una habitación fría y húmeda toda revestida por completo de láminas de roca, y guardias, y horarios, y herramientas para fabricar otras, y el desarrollo del plan, y el silencio, y las trampas, y la manera de evitar controles, y el permanecer en el lugar sabiendo que escaparía, y que no sabría si pudiera lograrlo hasta que lo hubiera realizado y estuviera a salvo, y la idea, y las ganas de llevarla a cabo. Y días y noches trabajando a destajo, y sin dormir, para ganarse la libertad.
Y en ese momento mientras estaba corriendo le empezó a pasar por la cabeza que ya no sabía para qué quería tanta libertad. Se encontró pensando que era demasiada, y que no podría con tanto, y a parte, ¿para qué? Porque de una forma u otra lo atraparían algún día, y tanta libertad de poder hacer lo que quisiera, sin dañar a nadie por supuesto, y hacer esa nueva vida no le servía de nada porque no podría disfrutar plenamente del lugar que lo estaba rodeando y que se estaba perdiendo de sentir y de vivir, queriendo aspirar por primera vez el fresco aire nocturno. Y empezó a trotar y empezó a caminar y llegó al acantilado. Y en el borde de la cornisa se dio vuelta y miró a sus perseguidores y les dijo: “Vivir y morir, para mí es lo mismo, dado que ustedes no me quieren libre, si el vivir significará está monotonía de vivir de esta manera, vivir así es morir, prefiero entregarme a la incertidumbre de la muerte o del abismo, que significa no saber qué me va a ocurrir mientras este cayendo, arriba o abajo o vaya uno a saber dónde, ¡¡¡Libertad hasta la médula!!!”.


Y se arrojó.




viernes, 1 de agosto de 2014

SUEÑO DE HOY Y MAÑANA

Hoy por la mañana desperté soñando tu cuerpo junto al mío. Los dos en la cama. Desnudos. Como el otro día, como hace unos días. Como aquellos días. Y no estabas pero estabas. Estábamos mirándonos profundamente. Tan metido en tu sonrisa, que era tan igual que la mía, que nos confundíamos las miradas. Yo tenía mi brazo izquierdo por debajo de tu cuello y seguía hasta acariciarte la espalda; mi mano derecha posada en tu cadera. La sonrisa intacta, hasta que nos da carcajada, y dejamos de pensar en nosotros mismos sin más pudor. Disfrutar de los cuerpos sin prejuicios. Algo que nunca ocurrió porque estaba soñándolo. Hasta que un día te hiciste real. Y charlamos y pasamos tiempo juntos, y vivimos. Hasta que me di cuenta que estaba loco de amor por ti. No puedo no soñar si no es contigo. Todo me remite a tu figura, más que nada a tu rostro, aquí recostado en esta cama de hospital enchufado a saber qué cosa para poder respirar, mientras tú me aplicas quizá una de mis últimas inyecciones sin poder moverme. Te deseo y te anhelo tanto cómo a mi muerte. El dolor del pecho no se va y me está consumiendo los huesos. No puedo dejar de sufrir. Y la morfina no hace efecto. Ya no sé qué prefiero, si amar o morir. O morir amando. O morir amándote. O amar muriendo. Respirar el oxígeno que me mata y me cura a la vez. Mañana cuando vengas te sorprenderé intentando decir te amo.


lunes, 28 de julio de 2014

SONRÍO Y TE MIRO


Sonrío y te miro. Te miro y sonrío. No pienso en absolutamente nada. Siento todo. Tu boca se mueve y me encanta verte apasionada. Contándome cosas que te brotan por los poros. La vida y las ganas que chocan contra mis oídos. Y te escucho y presto atención a cada palabra que decís y todas me significan lo mismo. Y no puedo comprender más nada. No quiero comprender más nada. Quiero vivir en ti y habitar cada centímetro de tu cuerpo hasta que ya no quede ni una gota de aire entre los dos. Pero sigo aquí sentado frente a ti escuchando el susurro que me llama. Y la música que suena. Y mi cuerpo que se expande, y mi corazón que palpita. Y de a poco escuchó nada más que ese latido, y se apagan las preguntas y las dudas, y se enciende mi respiración. Y ruego a Dios que cada partícula del aire que exhalo impacte en tus ojos y en tu boca y que me mires, por un segundo, cómo te miro, y te reconozcas en mí. Y que se acabe el mundo, que se nuble alrededor, y que no haya nada más importante que vos y yo en ese mismo espacio disfrutándonos. Que dejemos de poner excusas a lo que sentimos, y que aquellas cosas que ocultás en tu mirada, me desnuden. Qué ni tus palabras ni las mías nos distraigan de lo que expresa nuestro cuerpo, y que sin ninguna culpa ni ningún otro sentido disfrutemos del placer de amarnos por un instante. Que nos mostremos cómo somos. Qué cada vez que toque tu boca sea para recordarte, que cada vez que exhale en tu cuello o en tu oído, sea para quedarme ahí suspendido. En el aire. Flotando en tu perfume. En tu esencia con la mía. Ni uno más que el otro, sino los dos en compañía. Entender que no nos pertenecemos ni a nosotros mismos. Que el mundo es mundo y que nosotros nosotros, y que juntos  podemos hacer lo que queramos. Todo. Que no existen más que los límites de la cabeza que me obliga a quedarme ahí, sentado, sonriendo y sin decirte nada de todo esto. Y que no lo sepas hasta que me anime a romper con todos los prejuicios. Los tuyos, los míos y los de ellos. Y que ya no tengamos que preguntarnos en qué pensamos porque entendamos que en la mirada está la verdadera de intención que ocultan las letras que escupen nuestros labios, solo para retrasar ese momento. ¿Qué estoy esperando? ¿Qué estás esperando? Tomame, dale. O mejor te tomo. Enredémonos las manos en el pelo y que no nos alcancen los brazos y los abrazos para traspasar la carne que no es nada más que eso. Sonrío y te miro. Sonreís y nos miramos, porque no hay nada más que hablar cuando todo lo dice el corazón. El sabor de tus besos. La chispa de tus ojos. El sonido del placer en tu garganta. El calor de mi piel estremecida. La canción y los deseos que se entremezclan. El nudo de tus piernas con las mías. El tiempo detenido hasta cuando vos y yo decidamos la partida. Cierro los ojos y me animo. Sonrío y despacio, me vuelvo a mirar, en tus ojos con los míos.




miércoles, 2 de julio de 2014

EL ÁNGEL DE ALMAGRO (O la suerte de mi pinchar mi bicicleta)

Conocí a José en una calle perdida del barrio de Almagro. Lo conocí justo después de que le ocurriera un episodio bastante particular. José es escultor y su pasión es esculpir en mármol. Vive en un pasillo al fondo, gris y de paredes húmedas y en el patio de cemento alisado de color borravino, antes de entrar a su casa, hay por lo menos nueve esculturas entre bustos, animales y personas, todos a escala real. Dos estaban sin terminar. Una era en la que estaba trabajando cuando llegué, que es por otro lado, la única escultura polimórfica cuyo significado todavía no podría precisar; la otra presentaba signos de haber sido rota o arrancada. Eran dos piernas humanas, de las que solo quedaban sus pies y un poco más hasta la mitad de las tibias.
Cuando me habló antes de hacerme pasar a su casa como si nos conociéramos de toda la vida, me encontraba en el cordón bajo la sombra de dos frondosos árboles emparchando la rueda trasera de mi bicicleta, yendo camino a lo de un amigo que andaba medio mal. (Me pregunto por qué siempre pincho la rueda de atrás, siempre me pasa lo mismo, la grasa de la cadena y mis manos: un solo corazón, nunca la delantera que es más fácil de cambiar, que suerte la mía…)
Sentado en el cordón de la vereda reflexionando acerca de la mala suerte y pensando en cómo iba a hacer o hasta dónde iba a tener que caminar esa vez para repararla, deseando que algo me teletransportara hasta la bicicletería más cercana, escuché la voz de un hombre atrás mío que me decía: - ¡Vení!, pasá que te doy una mano, pero apurate porque estoy escuchando el partido, van uno a uno y está por terminar. (Claro, para colmo es Domingo, bicicletería abierta hoy no hay ni por casualidad) Me dí vuelta entre sorprendido, agradecido y confundido, sin poder creer que todavía quedaran desconocidos dispuestos a ayudar, y pensando qué después de todo me estuviera pasando algo bueno, y aprovechando no fuera a ser cosa que se arrepintiera aquel buen hombre, pasé cargando con la mochila, la bicicleta y las partes, pasillo al fondo, haciéndole una seña con la cabeza agradeciendo el gesto y diciendo buen día. Caminé unos quince o dieciséis pasos y me encontré con el patio que les mencioné al comienzo. De fondo, la voz del relator del partido  se me metía por los poros, y sentía el aliento de la hinchada cómo si estuviera a punto de entrar a jugar en la cancha.

-          Disculpame que esté todo medio desordenado, pasa que me agarrás justo laburando. Ponete cómodo en donde puedas que voy adentro a buscarte un inflador. ¿Tenés parche, solución…? José es mi nombre (me extiende la mano llena de polvillo y yo la mía de grasa).
-          Sí, David el mío, sí, lo único que no tengo es inflador.
-          ¡Goooool, vaaamos carajo! Disculpá, pero me están haciendo sufrir estos impresentables. ¿Sabés hace cuánto que no les ganamos? ¿Querés tomar algo?
-          No, eh, digo si, si no le molesta, lo que tenga abierto.
-          Ya te traigo. ¡María! Tengo gente acá, búscate algo en la heladera para tomar. (Hablaba con la que supuse era la mujer, que estaba en el interior de la casa).

La casa aparentaba haber sido en otro tiempo un conventillo, de paredes desnudas descascaradas, con una que otra maceta con plantas, caños de fierro de color verdes sosteniendo un alero de chapa formando una galería en ele, y varias puertas altas de madera doble hoja también verdes con vidrios repartidos y cortinas viejas del lado de adentro sin dejar entrever nada más. Me quedé contemplando todo unos segundos. Había algo en el aire que anunciaba lo que luego me relataría José.

-          Acá tenés agua David, no te ofrezco otra cosa porque es lo único que está fresco. ¿Encontraste la pinchadura?
-          ¡Gracias!, eh, no, me quedé mirando las esculturas. Impresionantes.
-          Las esculturas… Ya no sé si me traen más problemas que satisfacciones las esculturas. Lo bueno es que no me pueden discutir.
-          ¿Dónde aprendió?
-          Viene de familia, mi bisabuelo fue picapedrero en San Luis. Hacían los adoquines para acá, para Buenos Aires. Murió del “mal de piedra”, cómo se le decía en aquel entonces. Pero antes de morir vino a parar a este terreno con toda la familia, y casi tocando el arpa, el Tano ya había logrado comprarlo para levantar lo que ves y dejarle a sus hijos un techo y un trabajo. Era un busca. No paraba de laburar. Y era más bueno que el pan. Lo querían mucho en el barrio. Algunos viejos todavía  pasan y me dicen “Mándele saludos”, cómo si aún estuviera. Las ganas serán… Yo lo conocí muy poco, más que nada por lo que me contaron y las fotos, tanto no lo disfruté…. Después todos seguimos un poco la tradición, y descubrí que teníamos muchas cosas en común. Lo que hacía el Tano eso sí que era espectacular. Hasta las hacía llorar a las piedras. La tocaba con el cincel y parecía que se hacían solas las esculturas. ¿Ves la del perro?, la más viejita. Ese era Puqui, más malo imposible. Te reconociera o no te echaba el tarascón. Era cieguito de un ojo, lo había perdido en una de las tantas peleas con otros perros del barrio. Y a los muchachos en bicicleta como vos los tenía locos. Poco más no se echaba debajo de las ruedas ladrando. Había tenido un accidente una vez con una y ahí quedo medio medio. Pero lo queríamos igual. Era guardián. Al único que no tocaba era al Tano. A él le movía la cola, se reía, babeaba, saltaba, se ponía loco. Se ponían loco los dos. Jugaban como dos nenes. Pasa que él lo había encontrado en la ruta viniendo a Buenos Aires casi muerto y lo revivió. Era una lealtad que le tenía el Puqui… Diecisiete años duró. Viste cómo es, yerba mala… Y antes que se mandara su último ladrido, el Tano lo inmortalizó en esa piedra.

-          ¿Y esta de acá?
-          Ese es un laburo que había realizado para una plaza de acá nomás pero en su momento el que era el intendente vendió el terreno para que un amigo suyo pusiera una fábrica, y la escultura quedó acá.
-          ¿Y esta de los pies?
-          Uf, si te cuento no me lo vas a creer.
-          Cuentemé.
-          ¿Seguro?
-          Si, déle.
-          Esperá que apago la radio total ya terminó el partido. ¡Cómo safamos! ¿Puede ser que tengamos que sufrir así? Nunca lo voy a entender…

José se empezó a poner misterioso, miraba la escultura cómo si la fuera a arreglar y no supiera por dónde empezar. Mientras, yo intentaba arreglar la cámara, que finalmente no podría emparchar por quedarme escuchando el relato.

-          Cuando la hice hace unos meses, venía mal. Las cosas no me estaban saliendo cómo antes. Por lo menos, no con la misma facilidad. Me temblaban las manos demasiado, caía enfermo seguido, en fin, no andaba. Mi viejo había muerto hacía unas semanas, habíamos discutido, que se yo… No va que a mí se me ocurre hacer esta escultura, bah, no la que ves, sino toda, entera, estaba terminada. Era la Nona. ¡No, mi abuela eh! Una de las tres Parcas. La de los griegos, la más joven, la más bonita de las tres. Imaginate. Un estúpido. Todo lo relacionaba con lo de mi viejo, viste. No salía ni a comprar comida, estaba preocupando a todos los vecinos que me preguntaban dónde estaba, qué necesitaba… Hasta que un día, a la noche, me entró una pesadilla. Soñé que estaba acá en el patio, esculpiendo y que tocaba las piedras y las partía. Se me partía el Puqui, el busto de este cristiano, aquellas de allá. Todo. Me desperté y estaba temblando del frío y transpirado, imaginate. Cómo cuarenta grados de fiebre. Deliraba. Y así cómo estaba en pijama, me calcé las chinelas y salí hasta acá. Y creo que de la fiebre que tenía, empecé a gritarle a las estatuas cómo increpándolas, cómo si me fueran a contestar. Y me paré delante de la Nona y llorando me acuerdo que la abracé y le pedía por favor que me calmara, que no quería seguir sufriendo más. Pedía por mi viejo, por el Tano, por la familia, por trabajo, por todo.
-          ¿Y qué pasó? (Mientras, yo no sabía cómo hacer para disimular que quería ir al baño, y no quedar como un desinteresado con José).
-          Y mirá… no sé si fue la fuerza que hice mientras estaba agarrado, la angustia o vaya a saber qué, pero la cuestión es que se empezó a resquebrajar abajo y yo miraba y la tomaba con fuerza mientras sentía cómo se tambaleaba. La agarraba cómo para bailar un canyengue, bien bien ajustado. Y se seguía partiendo. ¡La desesperación que tenía!
-          ¿Y qué más? (Yo no podía disimular más las ganas de orinar, y además tenía que ir a ver a mi amigo y encima no había terminado con la bicicleta)
-          Y no me vas a creer…
-          Dele, siga, no me va a dejar con la historia así… (Termine don José por favor, así le pido el baño)
-          La solté ya resignado, y la miraba desde unos pasos más atrás. Y se empezó a descascarar. Y cuando se descascaraba, se empezó a mover y me empezó a hablar. Yo estaba revoleando la cabeza y los ojos para todos lados mirando a ver si alguien más estaba viendo, lo cual era imposible. La Nona fue para mí una obra que había querido hacer hace muchos años, y qué por una cosa u otra nunca me había animado. Siempre anhelé buena compañía, pero nunca vino. Y ahora ahí estaba, adelante mío. La mujer más hermosa que hubiera soñado. Se bajó del pedestal. Yo me quedé atónito, con las piernas temblando. Se quebró a la altura que ves, y vino hasta mí. Me miró como diciendo “¿qué te pasa José?”, así naturalmente. Me dio un beso, y ahí nomás me desmayé. Me desperté a la mañana temblando de frío, rodeado de pedazos de piedras. Y miro hacía la puerta esta que da a la cocina y…
-          Perdone José, no quiero parecer un atrevido pero es que no me prestaría el baño un segundo, porque vengo de lejos vió... no quería interrumpirlo…pero me...
-          Pero sí David, pasá por acá, después de la cocina a la derecha la primer puerta.

Pero antes de llegar al baño, antes de esa primera puerta, al costado de la mesa que estaba en medio, mirando una vieja televisión, estaba María. María me sonrió agradablemente, y me indicó el lugar. La miraba y no lo podía creer. Sentada en una silla de ruedas, tejiendo una mañanita sobre las piernas, la tela tejida que llegaba a las pantorrillas, dejaba ver que a María le faltaban ambos pies…




sábado, 21 de junio de 2014

LA BRONCA ES CON LOS PÁJAROS


        La bronca es con los pájaros. Quizá sea porque ellos pueden volar y yo no. Cuestiones biológicas. Siempre pensé en eso. En la casa de cualquiera, nunca falta la madre que reza: “Ya te van a crecer las alas angelito mío, y vas a volar, y yo te voy a extrañar, pero siempre vas a ser mi pichón”. ¿O será que por eso los odio tanto? …Pichón… Pichón también me decía el de boxeo. “Mi pichón, un poco más de entrenamiento y velocidad de piernas y vas a volar en el ring”. Como volar volé, y no precisamente al estrellato, o mejor dicho, a ver las estrellas volé. Si habré volado por el aire unas cuantas veces. A veces es cómo si me imaginara cada una de las caídas en cámara lenta, y mis caras retorcidas de desorientación antes de golpear contra el suelo. Me caían las gotas de transpiración y miedo porque “para hacer el entrenamiento más real y prepararme para los adversarios más difíciles” me ponían a hacer guantes con los muchachos que eran “apenas un poquito más pesados que yo” para “sentir el verdadero boxeo”. Y lo sentía no te digo cómo… Una vez recibí un golpe tan fuerte en los riñones que parecía que las piernas estaban sufriendo un terremoto de seis punto nueve en la escala de Richter y mientras se me desconectaba el tren inferior, de afuera me gritaban “¡¡¡Que no decaiga pajarito!!! ¡¡¡Que no decaiga!!!” Imagínense cuál era mi condición física.
Cada vez que los miro ahí jugando con el viento arriba de mi cabeza, me acuerdo de los “¡¡Volá de acá!! ¡¡Volá de acá, infeliz!!” de mi hermano, o los mismos gritos de la nona cuando le pisaba el piso recién lustrado sin los patines de lana, y me sacaba carpiendo con la escoba. “¡Más te vale que te crezcan las plumas y  que desaparezcas!...” Ahora me acuerdo y me da gracia. Ja, qué gracioso.
¡Ah, no!, y ni les cuento las pesadillas que tenía de chico. Me imaginaba despertándome un día por la mañana. Levantarme dormido de la cama, dirigirme al baño, prender la luz, y observar en el espejo a un enorme pájaro gigante y con ojos abiertos sorprendidos, tocarme el rostro y sentirme el pico con mis emplumadas manos, salir corriendo y darme cuenta que las rejas de mi casa formaban unas jaulas perfectas; gritar fuerte y oír un ruido agudo como un canto desesperado saliendo de mi garganta. Lo recuerdo y todavía se me pone la piel de gallina. Todo se relaciona en mi vida con aves, ¡cómo las odio!. Con mi primo las cazábamos por decenas. Gomera y piedra en mano. Nada de jaulas trampa ni esas cosas que usaba nuestro vecino Américo, él las adoraba cómo hindúes a las vacas, gustaba verlas y escucharlas cantar todo el día sentado en un banquito en el patio de su casa. De más está decir que obviamente la pajarera, que tenía las dimensiones de mi habitación, más o menos, daba a mi ventana y solo nos separaba una ligustrina atrapada entre los rombos del alambrado que dividía nuestros dos terrenos. ¡Insoportable!, ¡Insufrible el canto matinal infernal que me obligaba a levantarme aún aunque fuese domingo! Los pájaros no entienden de días de la semana. Los pájaros tampoco duermen, descansan con los ojos entreabiertos, y están atentos a cualquier movimiento o ruido que pueda indicarles algún peligro. Jajajajajaja, ¡cómo el gato que les arrojé aquella vez dentro de la jaula cuando Américo se descuidó! ¡Un festín se hizo! Con mi primo no parábamos de reír. Travesuras de chicos. ¡Cómo cobramos después! Y hasta mi abuela me hizo matar y desplumar una gallina con las manos en agua caliente. Un asco. Y todo para que aprendiéramos. Y yo aprendí. Y estudié. Y viajé. Y estudié tanto que me recibí de piloto de avión en Córdoba. “¡El orgullo familiar!”, me decían. “¡Impresionante!”, decían los vecinos. “¡Quién iba a decir!”, decían mis tíos, “con lo que odia los pájaros, por ahí que hasta es capaz de voltearse con avión y todo”, bromeaban. Y yo también bromeaba. Y bromeo como ellos. Todos los días. Cómo hoy. Pero hoy va a ser muy distinto…






Un cuento emplumado

       ¿Quién no ha pensado en volar alguna vez? Con la imaginación, o de verdad. El otro día pensaba que el tiempo pasa volando, las cosas, las relaciones, la vida, los proyectos, y pensaba que estamos volando todos juntos en una piedrita en medio del espacio entre medio de otras piedritas... Y tanto pensar en volar, en galaxias y en pájaros, decidí que tenía que publicar hoy este cuento que les dejaré a continuación de esta introducción. Hay muchísimos tipos de pájaros: los hay de muchos colores, de pocos, de uno o dos, grandes, chicos, de diversos tipos, de alguna manera también somos pájaros. Hay personas que se dedican a estudiarlos, a embalsamarlos, a encerrarlos, a pintarlos, y otros a fascinarse como Leonardo Da Vinci por la insolencia de su libertad. Y la mayoría de nosotros hemos pensado en convertirnos, (salvo a los que sufren fuertemente algún tipo de fobia a volar en avión o a las aves) , aunque sea una vez y en sueños. Con ustedes: "LA BRONCA ES CON LOS PÁJAROS".

http://nicolasgustavoramos.blogspot.com.ar/2014/06/la-bronca-es-con-los-pajaros.html



domingo, 15 de junio de 2014

Exposición

           Muchísimas gracias a toda la gente que ha concurrido a la exposición de mis cuentos y a la gente que me ha dejado mostrar mi idea en ese espacio, espero que más personas puedan venir a la próxima que será dentro de 15 días aproximadamente. Esta semana prometo colocar algunos de los 12 cuentos que tengo para publicar, y fotos de la primer muestra y de este proyecto. Botellas al mar no es sólo el nombre del blog. Es una realidad. Botellas que relatan historias. Historias breves pero duraderas, que pretenden generar algo en sus espectadores. Desde la forma en la que se presentan hasta en su contenido. ¿Cuántos de nosotros pensamos en volver a retomar el hábito de leer, de empezar a leer de nuevo, y nos acordamos cuando estamos viajando, y siempre nos olvidamos por H o por B de llevarnos un libro o un diario, o algo para leer, y terminamos leyendo publicidades, el diario, el libro o el celular de otro, "robando" palabras de reojo porque no tomamos la determinación? Quiero invitar a la lectura, a la escritura, a la memoria, a la interacción, a la  reflexión, a provocar sensaciones en los demás, eso es lo que quiero, lo que me gusta hacer. Pero todo esto se completa con otros, con los demás, con ustedes.











sábado, 7 de junio de 2014

UN ENCUENTRO CON MI PADRE



          El viento filoso me corta la cara, y aquel recuerdo de mi padre el corazón. Veinte años pasaron desde que mi padre partió. Se fue. Nos dejó a mi madre, a mi hermana y a mí con un sabor amargo. Había sido un hombre rígido. De hecho, fue la persona más estricta que conocí en mi vida. Un tipo terco, pero derecho. Correcto. Ejemplo de tenacidad, de solidaridad y amor al prójimo. De educación. Un padre ejemplar que nunca pude aprovechar, y que me enseñó las cosas más bellas y a la vez más duras que se le puedan inculcar a un ser humano. Sus métodos, a veces, eran excesivamente ortodoxos, y hasta violentos. No podría en este momento juzgarlo. He llegado a comprenderlo. Veinte años después. 
No quiero justificar los golpes que recibíamos de sus puños y menos de su cinturón, que era como una extensión de sus brazos. Él tampoco había aprendido con otros métodos. No conocía otras formas. Y dolía, y he sufrido, y he llorado, y hasta costaba respirar cuando hacía algunas travesuras y me ponía la cabeza debajo de la ducha fría. Pero muchas veces más me ha llegado a doler la vida. No nos comprendíamos. No queríamos tampoco. Nos costaba. Le costaba aceptar mis aspiraciones, como casi todo padre. Nos gritábamos, trabajábamos juntos; nos peleábamos, nos abrazábamos. Pero éramos en el fondo misma carne y misma sangre. ¡Cómo me hubiera gustado poder disfrutarnos más, sanamente! Sin rencores ni remordimientos.
A veces uno se da cuenta tarde de que la vida es demasiado corta. Justo en el momento en que uno empieza a comprender algo, o creer que lo hace, la vida se termina. Se apaga. La materia vuelve a formar parte del éter, y los recuerdos no alcanzan.
Mi padre me enseñó también a no arrepentirme, a vivir la vida intensamente, a cada momento. A ser feliz buscando la felicidad. A desear. A desear la felicidad a otros. A tener amigos y a saber contar cuáles son los verdaderos. A trabajar para cosechar el fruto. A no envidiar el progreso ajeno, a amar. A indignarme por las injusticias y actuar. A perseverar, a estudiar, a aprender a aprender, a dibujar, a hablar. A discutir, a discernir el bien del mal. A esperar, a avanzar, pero nunca quedarme quieto. Me enseñó a equivocarme, a elegir. Y me hizo lo que soy, o por lo menos fue y será una parte de mi camino, mi trayecto en esta vida. Me arrepiento nunca haberle gritado todo esto en la cara, en vez de decirle que lo odiaba, que lo aborrecía, cómo muchas veces lo hacía cuando ya no encontrábamos la manera de entendernos. Me arrepiento por no haberle dicho cuántas cosas compartíamos, como estas culpas. ¡¡Cómo quisiera abrazarlo!! Recuperar lo irrecuperable. Las fotos que nunca fueron, las sonrisas que nunca nos dimos. ¡¡Qué bronca, cuánta impotencia!! La muerte que ya se ha divertido bastante en este lugar, se me escurre entre los huesos a través del frío de este banco de mármol en el que estoy sentado frente a su epitafio. La muerte nunca sucede aquí, en este lugar. La gente se muere, como todos los días, en el camino, nunca donde quiere llegar. En el camino continuamos nosotros que nos creemos vivos, y que vivimos con pereza, y dándole importancia a cosas sin sentido, para arrepentirnos de lo que hacemos, y nos acordamos cuando ya no tenemos memoria.
Creo que ya lloré tanto que si me quedo aquí un poco más voy a ver crecer las flores. Una mano me toca el hombro. Me sonrío porque creo estar en un sueño, o en una pesadilla. Tengo miedo, también curiosidad. Por un segundo pienso que tanto desearlo, podría ser realidad. Me siento entre aterrado, nervioso y helado, con gotas de sudor en toda la espalda. No puedo esperar más, me volteo.

Nos miramos intensamente. Eternamente. Parado delante de mí esta mi padre...



viernes, 6 de junio de 2014

Viernes de Encuentro

       Bienvenid@s! En pocos breves minutos, les haré entrega digital de otra historia embotellada. Solo hay que esperar. O quizá, no. Vaya a saber uno. Lo que si sé es que el próximo cuento se titula: "UN ENCUENTRO CON MI PADRE".

http://nicolasgustavoramos.blogspot.com.ar/2014/06/un-encuentro-con-mi-padre.html

Salud!


lunes, 26 de mayo de 2014

HUBO UNA VEZ UN PAYASO



        Hubo una vez un gran payaso, que inspiró a otros payasos. A payasos que ya eran payasos y a otros que todavía no sabían que lo eran. Buscaba la fórmula y el espectáculo que le permitiera provocar en sí mismo y en los demás la carcajada más poderosa, y el llanto más conmovedor. Buscaba la sonrisa eterna, el cambio y la sensación más profunda.
Y hubo un día en el que jugando su propia muerte, murió realmente.
Su cuerpo se contorsionaba y hacía muescas mientras la gente reía tanto que sentía dolores de estómago tan fuertes, como el payaso en su corazón. Y tomándoselo con ambas manos por última vez, le dedicó al público su último espectáculo.
Algunos dicen que hoy día ese payaso todavía sigue vivo y está en cada uno de nosotros.