viernes, 23 de mayo de 2014

EL RELOJ





Soy mecánico de relojes. Lo que comúnmente la gente conoce y conocía como relojero. Digo conocía porque ahora ya no nos conocen tanto. En esta sociedad moderna, los relojes, en su gran mayoría, son confeccionados por las precisas manos de algún oriental, como casi todas las demás cosas. Por lo que mi oficio, como el de tantos otros, se ha visto menospreciado y desplazado por nuevos y novedosos aparatos que consumen cuanta pila o batería pueda también producirse, durar algunas semanas (con mucha suerte), y ser arrojados a la basura o bien perdidos en algún cajón de mesa de luz, olvidados. Paradójicamente sale más caro repararlos o intentarlo que comprar otro nuevamente para repetir el ciclo.
Los relojeros, como estos relojes, estamos en extinción, y no hay asociación, federación, liga u organización que se preste a denunciar, luchar y recomponer el problema que genera tal atrocidad.
Todos las personas hablan de la asociación por los derechos de los animales que viven en la calle, otros de defender osos en el ártico, otros más por el hambre en el África pero nadie se da cuenta de que estamos desapareciendo, a nadie le importa. No estoy diciendo que lo que aquellas personas (y también me incluyo), evidenciamos, protegemos o abogamos por ello, sea una cuestión banal, pero tratándose de mi leitmotiv es imprescindible que sea tenido en cuenta.
Un viejo amigo siempre me consuela con aquel dicho que dice: “Cuando el temblor sea en su casa, entenderán lo que a otros les pasa”. Pero esto sigue sin solucionar mi situación.
Nací en una familia con por lo menos cinco generaciones de trabajadores en este oficio, desde cuando funcionaban a cuerda y había que ajustarlos periódicamente, hasta aquellos que por el maravilloso efecto de un balancín generaban la energía necesaria para su funcionamiento perpetuo; obras de micro ingeniería, trabajos artesanales de una precisión y dedicación incalculables. Sistemas, máquinas perfectas de una calidad impresionante.
Me arriesgaría a decir que en el país no debe haber más de veinte o treinta personas, siendo muy generoso, que deben realizar este grato oficio con el empeño de antaño. Muchos hemos devenido también en simples vendedores o joyeros de estas nuevas fantasías que la gente gusta adquirir.
Disculpe que esté un poco negativo y apesadumbrado al respecto, pero cuando escuche la historia que le voy a contar, me comprenderá.
Cuando nací, al igual que todos en mi familia, fui bendecido con un obsequio. Un reloj. Pero no cualquier reloj. Este reloj fue confeccionado por las propias manos de mi padre, como el suyo lo fue por las manos de mi abuelo siguiendo así la tradición. Imagine ahora cual es para mí y cual sería para usted el significado. Tómese un momento. Tómese todo el tiempo que considere necesario en recrear la situación en su mente. ¿Lo ve? ¿Me entiende ahora?
Todo en la vida está íntimamente relacionado con esto. Piense: la vida tiene una duración determinada por un tiempo; “hay que saber llegar a tiempo”; “todo en su tiempo y forma”; los trenes, su serie de televisión favorita, escribir, leer, el dinero, su trabajo, el día, la noche, usted y yo, todo. Todo está relacionado con el tiempo. Lo bueno es que cada tiempo es distinto, y siempre todo valdrá la pena o no dependiendo de lo que hagamos con ese tiempo. Hasta dejarlo transcurrir sin hacer absolutamente nada útil podría ser considerado brillante dada la situación de esta vorágine en la que vivimos.
A veces creo que me acordé de todo esto demasiado tarde para la edad que tengo, que ya estoy muy viejo y esas cosas, otras veces no tanto.
El verdadero problema lo tuve hace tres meses, saliendo de mi negocio, a eso de las nueve de la noche. Un tipo alto y que no podría reconocer (porque me encontraba de espaldas a él cerrando la puerta), pero cuya silueta oscura se reflejaba en el vidrio frente a mí, solicitó amablemente mis pertenencias, a lo que accedí de igual modo a entregárselas, con tal mala suerte que al sacar todo al mismo tiempo, de los bolsillos de mi saco, saqué también mi reloj, rodando este abajo y estrellándose en mil pedazos.
El hombre se fue tranquilamente hasta perderse en los suburbios. Yo me quede solo llorando, mirando con congoja mi reloj.
Tres meses he estado queriendo repararlo y hasta logré reconstruir y fabricar con mis manos, como cotidianamente lo hago con otros trabajos, algunas de sus partes. Sigo sin hacer que vuelva como antes a dar la hora precisa. Adelanta o atrasa, pero nunca está de acuerdo, digo, de a cuerda. Lo envié recientemente a un amigo, muy amigo mío, también viejo médico y mecánico para que lo reparase. Y hace un instante, me ha enviado noticia en estas pocas líneas que quiero leer con usted:
“Amigo: ¡Cuánto lo aprecio!, mucho le quiero y agradezco esta confianza y amistad que nos ha unido por tantos años, le escribo esta carta con lágrimas en los ojos, no pudiendo subsanar su problema. Quizá si antes hubiera venido podría haber hecho algo más, pero lamentablemente su reloj dejará de funcionar seguramente mañana cuando esté leyendo esta carta”.

Disculpe que no siga contando más, pero es que no me estoy sintiendo muy…




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Qué sentiste?