Sonrío y te
miro. Te miro y sonrío. No pienso en absolutamente nada. Siento todo. Tu boca
se mueve y me encanta verte apasionada. Contándome cosas que te brotan por los
poros. La vida y las ganas que chocan contra mis oídos. Y te escucho y presto
atención a cada palabra que decís y todas me significan lo mismo. Y no puedo
comprender más nada. No quiero comprender más nada. Quiero vivir en ti y
habitar cada centímetro de tu cuerpo hasta que ya no quede ni una gota de aire
entre los dos. Pero sigo aquí sentado frente a ti escuchando el susurro que me
llama. Y la música que suena. Y mi cuerpo que se expande, y mi corazón que
palpita. Y de a poco escuchó nada más que ese latido, y se apagan las preguntas
y las dudas, y se enciende mi respiración. Y ruego a Dios que cada partícula
del aire que exhalo impacte en tus ojos y en tu boca y que me mires, por un segundo,
cómo te miro, y te reconozcas en mí. Y que se acabe el mundo, que se nuble
alrededor, y que no haya nada más importante que vos y yo en ese mismo espacio
disfrutándonos. Que dejemos de poner excusas a lo que sentimos, y que aquellas
cosas que ocultás en tu mirada, me desnuden. Qué ni tus palabras ni las mías nos
distraigan de lo que expresa nuestro cuerpo, y que sin ninguna culpa ni ningún
otro sentido disfrutemos del placer de amarnos por un instante. Que nos
mostremos cómo somos. Qué cada vez que toque tu boca sea para recordarte, que
cada vez que exhale en tu cuello o en tu oído, sea para quedarme ahí
suspendido. En el aire. Flotando en tu perfume. En tu esencia con la mía. Ni
uno más que el otro, sino los dos en compañía. Entender que no nos pertenecemos
ni a nosotros mismos. Que el mundo es mundo y que nosotros nosotros, y que
juntos podemos hacer lo que queramos.
Todo. Que no existen más que los límites de la cabeza que me obliga a quedarme
ahí, sentado, sonriendo y sin decirte nada de todo esto. Y que no lo sepas
hasta que me anime a romper con todos los prejuicios. Los tuyos, los míos y los
de ellos. Y que ya no tengamos que preguntarnos en qué pensamos porque
entendamos que en la mirada está la verdadera de intención que ocultan las
letras que escupen nuestros labios, solo para retrasar ese momento. ¿Qué estoy
esperando? ¿Qué estás esperando? Tomame, dale. O mejor te tomo. Enredémonos las
manos en el pelo y que no nos alcancen los brazos y los abrazos para traspasar la
carne que no es nada más que eso. Sonrío y te miro. Sonreís y nos miramos,
porque no hay nada más que hablar cuando todo lo dice el corazón. El sabor de
tus besos. La chispa de tus ojos. El sonido del placer en tu garganta. El calor
de mi piel estremecida. La canción y los deseos que se entremezclan. El nudo de
tus piernas con las mías. El tiempo detenido hasta cuando vos y yo decidamos la
partida. Cierro los ojos y me animo. Sonrío y despacio, me vuelvo a mirar, en tus
ojos con los míos.
Botellas al Mar no es solo un Blog. Es una mirada. Historias, Cuentos, Frases, Obras, Artículos, Pensamientos, Sentimientos. Botellas al Mar son todas las palabras que estaban encerradas en mi y que ahora flotan junto a otras Botellas. ¡Cuentos en Botellas! ¡Botellas al Mar!
lunes, 28 de julio de 2014
miércoles, 2 de julio de 2014
EL ÁNGEL DE ALMAGRO (O la suerte de mi pinchar mi bicicleta)
Conocí a José en una calle perdida del
barrio de Almagro. Lo conocí justo después de que le ocurriera un episodio
bastante particular. José es escultor y su pasión es esculpir en mármol. Vive
en un pasillo al fondo, gris y de paredes húmedas y en el patio de cemento
alisado de color borravino, antes de entrar a su casa, hay por lo menos nueve
esculturas entre bustos, animales y personas, todos a escala real. Dos estaban
sin terminar. Una era en la que estaba trabajando cuando llegué, que es por otro
lado, la única escultura polimórfica cuyo significado todavía no podría
precisar; la otra presentaba signos de haber sido rota o arrancada. Eran dos
piernas humanas, de las que solo quedaban sus pies y un poco más hasta la mitad
de las tibias.
Cuando me habló antes de hacerme pasar
a su casa como si nos conociéramos de toda la vida, me encontraba en el cordón
bajo la sombra de dos frondosos árboles emparchando la rueda trasera de mi
bicicleta, yendo camino a lo de un amigo que andaba medio mal. (Me pregunto por
qué siempre pincho la rueda de atrás, siempre me pasa lo mismo, la grasa de la
cadena y mis manos: un solo corazón, nunca la delantera que es más fácil de
cambiar, que suerte la mía…)
Sentado en el cordón de la vereda
reflexionando acerca de la mala suerte y pensando en cómo iba a hacer o hasta
dónde iba a tener que caminar esa vez para repararla, deseando que algo me
teletransportara hasta la bicicletería más cercana, escuché la voz de un hombre
atrás mío que me decía: - ¡Vení!, pasá que te doy una mano, pero apurate porque
estoy escuchando el partido, van uno a uno y está por terminar. (Claro, para
colmo es Domingo, bicicletería abierta hoy no hay ni por casualidad) Me dí
vuelta entre sorprendido, agradecido y confundido, sin poder creer que todavía
quedaran desconocidos dispuestos a ayudar, y pensando qué después de todo me
estuviera pasando algo bueno, y aprovechando no fuera a ser cosa que se
arrepintiera aquel buen hombre, pasé cargando con la mochila, la bicicleta y
las partes, pasillo al fondo, haciéndole una seña con la cabeza agradeciendo el
gesto y diciendo buen día. Caminé unos quince o dieciséis pasos y me encontré
con el patio que les mencioné al comienzo. De fondo, la voz del relator del
partido se me metía por los poros, y sentía el aliento de la hinchada cómo
si estuviera a punto de entrar a jugar en la cancha.
-
Disculpame
que esté todo medio desordenado, pasa que me agarrás justo laburando. Ponete cómodo
en donde puedas que voy adentro a buscarte un inflador. ¿Tenés parche,
solución…? José es mi nombre (me extiende la mano llena de polvillo y yo la mía de
grasa).
-
Sí,
David el mío, sí, lo único que no tengo es inflador.
-
¡Goooool,
vaaamos carajo! Disculpá, pero me están haciendo sufrir estos impresentables.
¿Sabés hace cuánto que no les ganamos? ¿Querés tomar algo?
-
No,
eh, digo si, si no le molesta, lo que tenga abierto.
-
Ya
te traigo. ¡María! Tengo gente acá, búscate algo en la heladera para tomar. (Hablaba con la que supuse era la mujer, que estaba en el interior de la casa).
La casa aparentaba haber sido en otro
tiempo un conventillo, de paredes desnudas descascaradas, con una que otra
maceta con plantas, caños de fierro de color verdes sosteniendo un alero de
chapa formando una galería en ele, y varias puertas altas de madera doble hoja
también verdes con vidrios repartidos y cortinas viejas del lado de adentro sin
dejar entrever nada más. Me quedé contemplando todo unos segundos. Había algo en el
aire que anunciaba lo que luego me relataría José.
-
Acá
tenés agua David, no te ofrezco otra cosa porque es lo único que está fresco.
¿Encontraste la pinchadura?
-
¡Gracias!,
eh, no, me quedé mirando las esculturas. Impresionantes.
-
Las
esculturas… Ya no sé si me traen más problemas que satisfacciones las
esculturas. Lo bueno es que no me pueden discutir.
-
¿Dónde
aprendió?
-
Viene
de familia, mi bisabuelo fue picapedrero en San Luis. Hacían los adoquines para
acá, para Buenos Aires. Murió del “mal de piedra”, cómo se le decía en aquel
entonces. Pero antes de morir vino a parar a este terreno con toda la familia,
y casi tocando el arpa, el Tano ya había logrado comprarlo para levantar lo
que ves y dejarle a sus hijos un techo y un trabajo. Era un busca. No paraba de
laburar. Y era más bueno que el pan. Lo querían mucho en el barrio. Algunos
viejos todavía pasan y me dicen “Mándele
saludos”, cómo si aún estuviera. Las ganas serán… Yo lo conocí muy poco, más
que nada por lo que me contaron y las fotos, tanto no lo disfruté…. Después
todos seguimos un poco la tradición, y descubrí que teníamos muchas cosas en
común. Lo que hacía el Tano eso sí que era espectacular. Hasta las hacía llorar
a las piedras. La tocaba con el cincel y parecía que se hacían solas las
esculturas. ¿Ves la del perro?, la más viejita. Ese era Puqui, más malo
imposible. Te reconociera o no te echaba el tarascón. Era cieguito de un ojo,
lo había perdido en una de las tantas peleas con otros perros del barrio. Y a
los muchachos en bicicleta como vos los tenía locos. Poco más no se echaba
debajo de las ruedas ladrando. Había tenido un accidente una vez con una y ahí
quedo medio medio. Pero lo queríamos igual. Era guardián. Al único que no
tocaba era al Tano. A él le movía la cola, se reía, babeaba, saltaba, se ponía
loco. Se ponían loco los dos. Jugaban como dos nenes. Pasa que él lo había
encontrado en la ruta viniendo a Buenos Aires casi muerto y lo revivió. Era una
lealtad que le tenía el Puqui… Diecisiete años duró. Viste cómo es, yerba mala…
Y antes que se mandara su último ladrido, el Tano lo inmortalizó en esa
piedra.
-
¿Y
esta de acá?
-
Ese
es un laburo que había realizado para una plaza de acá nomás pero en su momento
el que era el intendente vendió el terreno para que un amigo suyo pusiera una
fábrica, y la escultura quedó acá.
-
¿Y
esta de los pies?
-
Uf,
si te cuento no me lo vas a creer.
-
Cuentemé.
-
¿Seguro?
-
Si,
déle.
-
Esperá
que apago la radio total ya terminó el partido. ¡Cómo safamos! ¿Puede ser que
tengamos que sufrir así? Nunca lo voy a entender…
José se empezó a poner misterioso,
miraba la escultura cómo si la fuera a arreglar y no supiera por dónde empezar.
Mientras, yo intentaba arreglar la cámara, que finalmente no podría emparchar
por quedarme escuchando el relato.
-
Cuando
la hice hace unos meses, venía mal. Las cosas no me estaban saliendo cómo
antes. Por lo menos, no con la misma facilidad. Me temblaban las manos demasiado,
caía enfermo seguido, en fin, no andaba. Mi viejo había muerto hacía unas
semanas, habíamos discutido, que se yo… No va que a mí se me ocurre hacer esta
escultura, bah, no la que ves, sino toda, entera, estaba terminada. Era la
Nona. ¡No, mi abuela eh! Una de las tres Parcas. La de los griegos, la más
joven, la más bonita de las tres. Imaginate. Un estúpido. Todo lo relacionaba
con lo de mi viejo, viste. No salía ni a comprar comida, estaba preocupando a
todos los vecinos que me preguntaban dónde estaba, qué necesitaba… Hasta que un
día, a la noche, me entró una pesadilla. Soñé que estaba acá en el patio,
esculpiendo y que tocaba las piedras y las partía. Se me partía el Puqui, el
busto de este cristiano, aquellas de allá. Todo. Me desperté y estaba temblando
del frío y transpirado, imaginate. Cómo cuarenta grados de fiebre. Deliraba. Y
así cómo estaba en pijama, me calcé las chinelas y salí hasta acá. Y creo que
de la fiebre que tenía, empecé a gritarle a las estatuas cómo increpándolas,
cómo si me fueran a contestar. Y me paré delante de la Nona y llorando me
acuerdo que la abracé y le pedía por favor que me calmara, que no quería seguir
sufriendo más. Pedía por mi viejo, por el Tano, por la familia, por trabajo,
por todo.
-
¿Y
qué pasó? (Mientras, yo no sabía cómo hacer para disimular que quería ir al
baño, y no quedar como un desinteresado con José).
-
Y
mirá… no sé si fue la fuerza que hice mientras estaba agarrado, la angustia o
vaya a saber qué, pero la cuestión es que se empezó a resquebrajar abajo y yo
miraba y la tomaba con fuerza mientras sentía cómo se tambaleaba. La agarraba
cómo para bailar un canyengue, bien bien ajustado. Y se seguía partiendo. ¡La
desesperación que tenía!
-
¿Y
qué más? (Yo no podía disimular más las ganas de orinar, y además tenía que ir a ver a mi amigo y encima no había terminado con la bicicleta)
-
Y
no me vas a creer…
-
Dele,
siga, no me va a dejar con la historia así… (Termine don José por favor, así le
pido el baño)
-
La
solté ya resignado, y la miraba desde unos pasos más atrás. Y se empezó a
descascarar. Y cuando se descascaraba, se empezó a mover y me empezó a hablar.
Yo estaba revoleando la cabeza y los ojos para todos lados mirando a ver si
alguien más estaba viendo, lo cual era imposible. La Nona fue para mí una obra
que había querido hacer hace muchos años, y qué por una cosa u otra nunca me
había animado. Siempre anhelé buena compañía, pero nunca vino. Y ahora ahí
estaba, adelante mío. La mujer más hermosa que hubiera soñado. Se bajó del
pedestal. Yo me quedé atónito, con las piernas temblando. Se quebró a la altura
que ves, y vino hasta mí. Me miró como diciendo “¿qué te pasa José?”, así
naturalmente. Me dio un beso, y ahí nomás me desmayé. Me desperté a la mañana
temblando de frío, rodeado de pedazos de piedras. Y miro hacía la puerta esta que da a
la cocina y…
-
Perdone
José, no quiero parecer un atrevido pero es que no me prestaría el baño un
segundo, porque vengo de lejos vió... no quería interrumpirlo…pero me...
-
Pero
sí David, pasá por acá, después de la cocina a la derecha la primer puerta.
Pero antes de llegar al baño, antes de
esa primera puerta, al costado de la mesa que estaba en medio, mirando una
vieja televisión, estaba María. María me sonrió agradablemente, y me indicó el
lugar. La miraba y no lo podía creer. Sentada en una silla de ruedas,
tejiendo una mañanita sobre las piernas, la tela tejida que llegaba a las
pantorrillas, dejaba ver que a María le faltaban ambos pies…
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