domingo, 22 de marzo de 2015

EL PRENDEDOR

       Café del Gato Negro. 17 Hs. Lluvia tropical, humedad y una leve brisa. La ansiedad me mataba. El cielo oscuro, anunciaba que su llanto sería inacabable por lo menos otro día más. Me sacudí las botas, agité mi paragüas, lo cerré y me dispuse a entrar. Dejé que una pareja saliera primero, sonreí, saludé y continué mi camino hasta una mesa para dos, que está cobijada tras una columna, a derecha del mostrador principal, sentándome de espaldas a la puerta de entrada. Tuve una breve charla con la mesera, que resultó ser algo tímida, pedí una tisana estimulante y un trozo de lemon pie. Comencé a escribir esperando su llegada. Mi particular paragüas rojo y la escritura eran el salto y seña para ubicarnos. Ella vendría con saco verde y un prendedor floral. Sería nuestra primera cita. Habíamos decidido no enviarnos ni ver ni siquiera una foto nuestra antes del encuentro y dejar así todo librado a la espontaneidad. Nos escribíamos con frecuencia, y últimamente casi tres veces a la semana. Había visto, hacía un par de meses, su aviso en el diario en la sección de Compañías Epistolares. 

          Cinco minutos pasaron hasta que llegó mi pedido, mientras que tardé el doble de ese tiempo en devorar la mitad del pie de limón: la incertidumbre da hambre, mientras en la espera uno desespera. Mis ojos jugaban por todo el lugar deleitándose con tan notable sitio, buscando las palabras exactas que pudieran describir dicha situación. 
           Sentí una presencia tras de mí en la silla que antes se encontraba vacía. Quise mirar, y una suave voz femenina dijo: - ¡No lo haga!, mejor, antes, conozcámonos. Dígame su nombre. 
         Con el rabillo del ojo izquierdo,  alcancé a ver la manga de un saco verde. Pronto respondí: - Alejandro. 
- Entonces, debe ser usted - me respondió. 
- Y usted, ¿cómo se llama? 
- Sofía. 
         Mis ojos se iluminaron.- Siéntese conmigo -, le dije. 
- No, todavía no, no se apresure. Respóndame antes con el corazón... 
- Siempre lo hago. Dígame. 
- Mire que de esto depende que continuemos o no está conversación. 
- ¡Hágame la pregunta nomás!, pude sentir que el aire se cortó levemente, y me dijo: 
- ¿Está dispuesto a amar? 
- Pero si ni siquiera la conozco realmente. 
- No le pregunté si me amaba, le pregunté si estaba dispuesto a abrir su corazón a otra persona. Igualmente, esto ya me da una pauta. 
- ¿Una pauta de qué? 
- De usted. 
- ¿De mi?,  ¿de qué? 
- De su persona, de cómo es. 
- ¿De cómo soy?, pero escúcheme, si apenas nos hemos escrito y entablado dos palabras y usted cree que me conoce como para op... 
- Discúlpeme, pero me parece que no tenemos más nada que hablar, hasta luego... 
- Pero espere, no sea así, ¡no se vaya! 
- Adiós. 
- ¡Quédese! No ve que usted también tiene miedo a amar. ¿Por qué se escapa? 
(Silencio breve. Ruido de silla. Nuevamente, se sentaba) 
- Me agrada tu voz, ¿te puedo tutear? 
- Ya lo hiciste. 
- Vos también. Me gusta tu perfume. 
- Gracias, es el... 
- No me digas, conozco el nombre. Es mi perfume favorito. Intenso. 
- Persistente. 
- Volátil. 
- No te creas. 
- ¿No pensás que ya es hora de mirarnos? 
- ¡No seas ansioso!, disfrutemos esto un poco más. Hasta ahora nunca nos habíamos encontrado, disfrutemos el que quizá sea el último anonimato amoroso de nuestras vidas, ya nos vamos a cansar de vernos, y de todo lo demás. 
- Espero que no. 
- Siempre decimos lo mismo. 
- ¡Yo no! 
- ¿Por qué tendría que creerte? 
- ¿Por qué soy el amor de tu vida? 
- ¡Jajaja!, no me hagas reír, ¿tan repentino te entregás así? ¿Qué tendría que pensar? 
- Nada más. Solo que hasta recién pensaba en algo, hasta que tu reflexión me hizo cambiar, y si no estoy dispuesto a amar plenamente, no puedo esperar lo mismo de vos. 
- Duele. 
- ¿Qué duele? 
- Morir por la propia espada. 
- Entonces no pelees, no te resistas, dejemos que ocurra y ya. Y no va a ser necesario morir porque podemos vivir amándonos hasta el último segundo, y después, vemos. 
- ¿Qué significa el amor para vos? 
- Compartir mi vida con un otro apasionado, enamorado también de la vida, desprejuiciado, libre, sin condiciones; caminar juntos caminos que se rozan, como tangentes; potenciarnos, ayudarnos, sentirnos, abrazarnos, comprendernos, aceptarnos, hacer que sobren las palabras y que hablen los silencios, admirarnos, reflejarnos, disfrutarnos, endulzarnos, reír, emocionarse, y volver a elegirse cada día. 
- Acepto. 
- ¿Qué cosa? 
- La propuesta. 
- ¿De amarnos? 
- De dejar de buscarnos en otros ojos, para aprender a mirarnos realmente, de que tomés mi mano y que salgamos a caminar bajo la lluvia. ¡Quiero besarte! 
- ¡Y yo! 
- ¿Y qué esperamos? 
- Que pagues la cuenta. 
- Ya pagué cuando ordené, ¿y entonces? 
- Date vuelta. 
          ¡Cómo describir este beso!, ¡Qué difícil! ¡En qué problema literario me he metido! Realizar cualquier descripción sería un intento vano de representación de algo que fue sublime. Hasta quizá decir que nunca antes había sido besado de esa manera, sería comparar lo incomparable. Fue como llegar a sentir mi alma, volando a otro cuerpo, mi cabeza al éter, el tiempo detenido, el deseo nunca más postergado, el placer hecho real sin importar el momento y el lugar. 
          Salimos velozmente disparados hacia la calle. Podía sentir la adrenalina y nuestras manos sudando. Pero antes de cruzar ambos la salida del café, la puerta se abrió. Y rodando hasta mis pies cayó... Rodando hasta mis pies cayó un prendedor floral, que entregué atónito a una mujer, también de saco verde, que con apuro y ya tarde, entraba buscando a alguien en aquel lugar.